El cielo de aquella mañana se tornaba de color negro. Otra vez contemplaba la policromía del horizonte de su mente: Primero negro, luego gris neblina, luego celeste
esmeralda, y en la parte más oscura y tenebrosa miraba unos cometas que giraban alborotados en el vacío, en la nada. Digo nada porque no tenían núcleo.
La niña en el laberinto de su mente creaba una figura intangible y entre la paz y la triste niebla de aquel cielo se sentía sola, triste y temerosa. Gritaba en la calma de su vacío:
“dios me libre de este espanto, dios me libre”.
Veía segmentos de una poesía del siglo xx gravada en el módulo de su inconciente que decía: “astros giran, mueven cielos, caen estrellas sobre el mar” y se preguntaba que significaría esa extraña frase.
Pero en el momento menos esperado apareció su padre y acto seguido a eso el sol apareció entre las nubes y ya no se sentían los gritos, pero su padre no había venido a calmarla ni a socorrer a la niña. El clamor dentro de su mente era el mismo y su padre habría venido a darle un mensaje articulado, cuya connotación no era precisamente la que la niña quería escuchar.
La pequeña armo el rompecabezas con figuras, segmentos, pedazos de frases, y algunas otras cosas que no conllevan ninguna idea relevante. También unió y asoció ideas que poseían un nivel de complejidad muy alto. El rompecabezas fue armado en tan solo unos instantes pero le faltaba una pieza, una pieza que quedaría suspendida en su mente.
Hace tiempo comenzó esta historia basada en un sueño despedazado, hecho trizas
El sueño de aquella niña que soy yo.
Justina Cabral