20 de julio de 1969, los jazmines quietos esperan la primavera, como culpables de su perfume, eran vigilados por helechos, malvones, margaritas, alegrías y albahacas, las cuales a mis cuatro años ya distinguía de las otras, porque mi abuela me pedía sus hojas para el estofado, que desde temprano inundaba la casa con su aroma a cebolla, ajíes y tomates, que toda la mañana a fuego lentísimo, burbujeaba a la espera de mojar el pan a escondidas.
Mientras el estofado seguía su curso evolutivo, mi abuela comenzaba el peregrinar de jaulas, desde el comedor al patio, docenas de jaulas con canarios, mixtos, loros, cotorras y cardenales, eran una a una higienizadas y proveídas de agua y alpiste, mijo o girasol según el caso, y en agradecimiento cada una de las aves, regalaba una serenata de agradecimiento, que mi abuela escuchaba como la mas bella obra de Mozart.
La mañana avanzaba sin mucho ímpetu como no queriendo arruinar nuestros juegos, y mientras las plantas más frágiles eran destapadas, para degustar los mejores rayos del sol, salvando la de las quemantes heladas, nuestras risas eran el canto que le faltaba al concierto de aves. Ese día el hombre había pisado la luna por primera vez, decían los mayores, para mi abuela solo era la hora de lavarse las manos y llamarnos,......a comer….!!!!!!
DDS